Bocas de Mayorquín: cuando la unión y la esperanza transforman comunidades

“Aquí todos nos ayudamos”, cuenta orgullosa María Reyes al describir la dinámica de su comunidad, ubicada en la cuenca del Río Mayorquín, en Buenaventura. “Mientras uno pone sus tramollitos (redes para pescar), el otro pone la lancha y lo embarca a uno”.

Ese rincón del Pacífico colombiano, que María describe con tanto cariño, se llama Bocas de Mayorquín. Una vereda a la que solo se llega tras un viaje en lancha de aproximadamente hora y media atravesando el fuerte oleaje.

 

 

El pasaje en lancha desde Buenaventura hasta Bocas de Mayorquín cuesta aproximadamente $70.000 pesos por trayecto.

La paz que irradian los imponentes manglares, que rodean el hogar de María, es aparente. El conflicto armado ha obligado a muchos a huir. En 2023, según cifras de la Defensoría del Pueblo, 266 personas fueron desplazadas, entre ellas, cerca de 100 niñas y niños.

A pesar de esto, allí la vida está hecha de esfuerzos compartidos y de un profundo respeto por los recursos que la tierra les brinda. Recursos que se han ido reduciendo, debido, entre otras razones, a los efectos del cambio climático.

Fue justo esa limitación en los recursos y la distancia con la cabecera municipal lo que impulsó a María a fundar la Asociación Comunitaria Gramapa. Como muchas mujeres de su comunidad, creció ‘piangüando’, como se le dice a la pesca de piangua, una concha que se esconde en el barro entre los manglares. Actividad con importante valor económico y cultural en el Pacífico colombiano, pues además de ser una de las principales formas de subsistencia, es una tradición ancestral que los conecta con la naturaleza y sus raíces.

Pero hace 14 años, entendió que «pianguar» no bastaba. No alcanzaba para criar a sus 14 hijos y 17 nietos, ni para sostener la vida en aquella comunidad en la que había visto nacer y huir a tantos. Así que, junto a Doña Juana y una sobrina, fundaron un pequeño negocio de papelería y útiles escolares que, luego, se convirtió en una red de 17 hombres y mujeres que recolectan, almacenan y venden lo que el mar y la tierra les dan: pescados, mariscos, hierbas, yuca, banano, piña y hasta hielo, papelería y ropa.

En pocas palabras, se convirtieron en un centro de acopio que resiste las vedas, las lluvias, los motores averiados y el olvido para que, en palabras de María, puedan salir adelante juntos.

Gramapa, raíces del manglar

La Asociación Gramapa es más que una red de trabajo: es un pacto. En la comunidad nadie pesca solo. Se prestan lanchas, comparten anzuelos, reparten lo que hay. Si la marea no fue buena, juntos resisten. Si alguien enferma o muere, recurren a las mismas hierbas que sus abuelas han usado por generaciones. Y ahora, el centro de acopio ha contribuido a fortalecer esas dinámicas comunitarias.

Una de las funciones del centro de acopio es permitir que los pescadores refrigeren su pesca y eviten que se dañe, ya que muchos no tienen electricidad ni neveras para conservar los alimentos. Al mismo tiempo, junto a Doña Graciela, María recoge hierbas, las cocina y las lleva a las casas quienes están enfermos o velando a sus muertos. “No les cobramos”, aclara.

Con la ayuda de su hija, «La Tocayita», como María le dice, buscan que más personas conozcan su trabajo y apoyen a las comunidades rurales. Ella es quien, con creatividad y empeño, ha llevado la historia de su madre y la asociación al mundo digital: tienen una página de Facebook y una vitrina de emprendimiento en internet.

Construyendo oportunidades de la mano con las comunidades

En este territorio, Acción contra el Hambre ha trabajado junto a la comunidad de Bocas de Mayorquín en procesos de recuperación temprana. En el marco del Consorcio MIRE +, se adecuaron espacios para la producción de hortalizas y pancoger, se configuraron semilleros, drenajes y cerramientos, fortaleciendo la seguridad alimentaria y la resiliencia local, se entregaron 100 kits de entornos seguros, cada uno conformado por un tanque de almacenamiento de agua de 500 litros para mejorar la recolección y el consumo. Además, se realizaron formaciones en temas clave como agua segura, derechos de vivienda, salud sexual y reproductiva, prevención de violencia basada en género y explotación sexual.

En la comunidad del Papayal 1, además de Gramapa, existen dos asociaciones más: Asococopes y Aprocoapa. Con ellas se han fortalecido capacidades a través de metodologías participativas y con enfoque étnico. Esto ha incluido ferias de servicios, asesoría en la creación de marcas y materiales de mercadeo para sus emprendimientos, así como la entrega de kits familiares con insumos esenciales. Además, Gramapa recibirá un kit con materiales para reparar una lancha y artículos de oficina.

“Estoy muy agradecida con Acción contra el Hambre por lo que han venido a enseñarnos. Así uno va aprendiendo porque uno no sabe todo, pero con la ayuda de Dios y de ustedes, hemos salido adelante. Y las capacitaciones nos han permitido ser agentes comunitarios en salud de la comunidad”, agrega María.

Kelen Leal, profesional social de Acción contra el Hambre, destaca que «se ha trabajardo de manera más articulada desde los sectores de agua y saneamiento y seguridad alimentaria y medios de vida. Siento que, de alguna manera, estamos transformando vidas, estamos cambiando sueños, estamos contribuyendo a esos proyectos de vida de las comunidades, que es lo que finalmente buscamos desde la recuperación temprana».

A través de metodologías participativas como el árbol de problemas y soluciones, se fomenta el diálogo sobre los desafíos que enfrentan estas comunidades y cómo pueden proponer soluciones desde su propia capacidad de gestión y trabajo en equipo.

Por su parte, Christian Burbano, profesional en agua y saneamiento, relata los desafíos de adaptarse a la realidad de la comunidad: “Tuvimos que cambiar las metodologías porque muchas personas de la comunidad no sabían leer ni escribir. Aprendimos a ser prácticos, a usar los mismos elementos de los hogares y del entorno e incluso, comunicarnos con sus mismos términos para poder transmitir conocimiento”.

En Bocas de Mayorquín, la vida sigue su curso entre la pesca, la agricultura y los sueños de un mejor futuro. «Estamos en veda de camarón, no se pesca. Los que tienen la malla grande que coge pescado grande pues sí se rebuscan, pero los camaroneros estamos así no más porque hay veda», cuenta María. En enero, la pesca se complica, pero la comunidad no se rinde: «Cuando uno no tiene pues algún vecino le da pescado a uno. Nos ayudamos los unos a los otros».

En un entorno desafiante, estas iniciativas han demostrado que la unión, la gestión comunitaria y el acompañamiento adecuado pueden abrir caminos de esperanza y dignidad. María sueña con ver crecer a su asociación, hacer empresa, generar empleo y ayudar a que su comunidad prospere. Quiere también un segundo piso para su centro de acopio, donde las mujeres tengan un espacio para aprender, enseñar y criar sin miedo. Sueña con preservar la medicina ancestral y con que sus hijos y nietos no tengan que marcharse para encontrar oportunidades, sino que puedan echar raíces en su tierra y construir un futuro digno desde allí.

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